Saltar al contenido

Manuel Bethencourt Santana

17 enero 2012

 

Mi primer contacto con la escultura fue de la mano de Manuel Bethencourt, hace de eso ya 26 años. Fue una destartalada aula del edificio de la antigua escuela de Bellas Artes, después Artes y Oficios y posteriormente Escuela de Artes Fernando Estévez de la capital tinerfeña. Por aquella época don Manuel impartía clase de modelado. Yo tuve la oportunidad y la suerte de tenerlo como profesor durante dos años.

Las clases con don Manuel no eran sencillas, el profesor Bethencout era un maestro exigente con sus pupilos; hombre eternamente malhumorada, capaz de hacerte tirar a la basura una obra que llevabas trabajando semanas, precisamente por eso: por que ya no era ni fresca, ni espontánea.

Don Manuel tenia la habilidad de pasar de ti en justa proporción al interés que mostrases por sus enseñanzas, y por qué no, en justa proporción a tus habilidades.

Desde que conocí su obra, a mediados de los ochenta, siempre pensé –y sigo pensando- que las artes y la cultura canaria nunca habían sido justas con su creación. Las obras de don Manuel rozaban la genialidad, ahí están para ser valoradas, en ubicaciones tan distinguidas como la Presidencia del Gobierno y Ministerio de Asuntos Exteriores ambos en Madrid o el propio museo Reina Sofía.

Resulta especialmente lamentable el pábulo que las administraciones publicas canarias dan a algunos artistas de medio pelo, amigos del sistema, frente a la genialidad del profesor Bethencourt, muchas veces olvidada; cierto es que su carácter no ayudaba.  Pero la potencia de su obra era tal que debía superar cualquier otro aspecto que no fuese el propio valor de la misma.

Afortunadamente hace 4 años, supongo que a propuesta del actual viceconsejero de cultura, Alberto Delgado (al fin alguien con criterio, alguien que sabe), el Gobierno de Canarias lo reconoce con el Premio Canarias de Artes Plásticas. Un reconocimiento tardío pero que, en esta ocasión, llego a tiempo.

Don Manuel, Doctor en Bellas Artes, Catedrático, Académico, trasteaba por su taller de Arafo como los grandes “con las manos y el mono manchado, sin miedo a seguir manchándose”.

Hasta siempre maestro.

 

Los comentarios están cerrados.